miércoles, 6 de octubre de 2010

La mariposa y el chogüí... (Parte II)



- ¡Venga abuelito!, siéntese en este banco para que descanse.
La señora lo miraba muy tristemente y entre si pensaba.
- Que difícil es llegar a viejo y padecer enfermedades que perjudican nuestra mente.
El pobre anciano, se sentó y cerró sus ojos, mientras su rostro brillaba por las difusas lágrimas que trataban de calmar su angustia enclavada en su alma.

- ¿Qué es lo qué me sucedió?... ¿Qué es lo qué me ha pasado?
- ¡Abuelito!, ya no llore, se me crispa el alma verlo de esa manera, ya pronto vendrá alguien de su familia a recogerlo, sólo siéntese y espere.
- ¡No soy abuelo, soy un niño! – grito gangosamente. ¡Soy sólo un pequeño niño que ha perdido a su madre sin saberlo!
La caritativa dama, extendió sus ojos pardos y tuvo temor por la reacción tan iracunda que mostró el anciano, y en ese instante recordó lo que una vez le contó su abuela cuando era niña y sin pensarlo en aquel momento, lo narró.

- Hace tiempo vivía por estos lugares una señora con su pequeño hijo –no me acuerdo muy bien como se llamaba- y un día, se dice, que su pequeño niño salió como todos los días a jugar en el campo. Tenía un perrito que acompañaba al chiquillo a todas partes, mas aquella tarde, regreso sólo el can.
La madre desesperada busco por todas partes y no lo halló, contrato personas para que lo buscaran, gastando todo lo que tenia, pero fue en vano. Y pasaron los días, las semanas y el pequeño cachorrito de tristeza, murió.
La madre se quedo absolutamente sola y se volvió loca de dolor, camino buscando su hijo perdido y un atardecer encontraron su cuerpo sin vida, en medio del extenso valle, que le robo su vida, que le robo su pequeño amor. Y de eso, ya han pasado cien años.
- ¡No, no puede ser!... ¡Usted esta mintiendo!... ¡Usted esta mintiendo!-repetía a cada momento, el desconsolado anciano.
La mujer se asustó y se alejó de aquel lugar, pensando que el viejo era un enfermo mental.

Y el vetusto Remi, se tapo su cara con sus marchitas manos y fuertemente empezó a sollozar, repitiendo en pequeñas pausas.

- ¡No, no, no es posible!... ¡No es cierto!... ¡No es cierto!... ¡Estoy soñando!... ¡Todo esto no es verdad!... ¡No es verdad!

Los niños jugaban en aquel parquecito, se escuchaban sus gritos, sus risas, rodeados de bellas flores, de pequeñas mariposas, que aleteaban sobre los dulces jazmines y sobre las vanidosas rosas, un cielo muy celeste sin rasgos blanquecinos acompañaban al rey sol que poco a poco sentía el pesar de sus ojos e iba decayendo en el sopor de su propio atardecer.

- ¿No te gustaría ser como un chogüí?... ¡Imagínatelos volar sobre su imperio turquí, libres, alegres!
- ¡No! - respondió el anciano con desdén.
- Ellos, saben muchas cosas, ven todo lo que sucede acá abajo, mira, por ejemplo: Pueden ver el preciso instante en que un infante quiere tocar con sus manos una colorida quimera, la persiguen, la buscan, la quieren atrapar con sus pequeñas manos y cuando al fin logran su fatal insolencia, se dan cuenta que sólo han logrado la más vil de las soledades… ¿No es así, Remi?

Se sorprende al escuchar su nombre y mira quien es que le ha hablado de esa manera, sus aún infantiles ojos claros perciben la imagen de un pequeño niño semidesnudo, con sólo un taparrabos que lo cubría, su piel es tan bella como la canela, y sus ojos son sombríamente tiernos, cabellos negros lisos e infantiles, avivan más su felicidad mostrada en una sonrisa.

- ¿Quién eres?... ¿Y cómo sabes mi nombre?

El niño lo miró y le dijo:

- ¿Crees que la mariposita jamás imaginará, fue mala contigo?
Remi agachó su cabeza, miró sus manos y dijo:

- ¡Si!... por su culpa ahora me encuentro así, de esta manera.
- Si yo te dijera, que podemos encontrarla y en venganza le sacamos sus alas, para que sienta el dolor que ahora sientes, por estar como estás. Y luego nos reímos de ella y le hacemos miles de burlas para que sufra más… ¿No te gustaría hacer eso, Remi?

Remi lo miró pensativo y de por si le empezaron a caer lágrimas de sus ojos descorazonados. Y le contestó:

- ¡No!... pobrecita, después de todo no fue su culpa, porque si yo hubiera obedecido a mi mamá no me hubiese pasado nada malo, y estaría comiendo mi comida juntó a ella y juntó a mi pequeño Tobi.
El niño lo miró y sonrió con beneplácito y le dijo:

- Tienes buen corazón y entiendes que a veces lo que nos sucede no es culpa de otros sino de nosotros mismos. Pobre niña, si supieras cuanto sufrió por estar viviendo de esa manera y gracias a ti, encontró la paz que tanto necesitaba.
Remi levanto su cara cubierta de sus pequeños cernidillos de dolor y miró los ojos del niño y en él se pudo ver tal cual era, un chiquillo de apenas 7 años. Y su corazón se llenó de esperanza, que empezó a resarcir sus temores en felicidad.

- Debes tener hambre… ¿No?
- Si, un poco… contesto el vejuco Remi.
- ¡Mira!, aquí tengo naranjas en esta bolsita, te voy a dar una a ver si te gustan.
Estiró sus manos y al tocar la fruta volvieron hacer como antes, pequeñas, suaves y frágiles.
- Come las naranjas, que están muy ricas, cómelas mientras caminamos hasta donde está tu mamá, hasta aquel lugar donde se encuentra ella, donde la primavera es eternamente bella.
Remi se puso muy feliz y abrazó con todas sus fuerzas a su amiguito y repetía a cada instante:
- Gracias, mi amigo, gracias…
Se levantó muy alegre y comenzó a cantar la canción que le cantaba a su pequeña mascota:

Yo tengo un lindo perrito
que es hocicón.

Muy gracioso
chiquitito,
engreído y dormilón.

Muy gracioso
chiquitito,
engreído y dormilón.

Blanquito como la nieve
y en su cielo
Cimarrón

Blanquito como la nieve
y en su cielo
cimarrón

Su amiguito lo miró y el también empezó a cantar el mismo estribillo. Que contentos se veían los dos y entonces el cobrizo niño, le dijo a Remi:
- ¿Quieres saber la historia de la pequeña mariposa?
- Si, si por favor cuéntamela
- Bueno te lo contaré…