lunes, 20 de julio de 2009

Peor es nada...



Yo tenía una novia
que se llamaba Zenobia.
Era muy altiva y suntuosa
miraba por todo lo alto, la hermosa.

Una tarde fuimos al parque
y encontramos a mi prima
en pleno alaraque.

Ellas se pusieron a conversar
y los novios callamos
para no estorbar.

Y mi ex-novia le dijo a la prima:
¿Ese es tu novio?

La muy orgullosa se rió,
y emitió una palabra belicosa:
¡Si!, pero peor es nada.

Se rieron jocosamente las dos,
y mi ex-novia que es aún más orgullosa,
la miró de arriba- abajo
y una frase mordaz soltó:

Tienes razón:
¡Peor es nada!

Mi prima me miro enojada,
y yo tuve que defenderla
de mi altiva enamorada.

La mire a ella igualmente
de arriba- abajo,
y le devolví la frase que humillaba.

Tienes razón:
¡Peor es nada!

Ella se encolerizo,
levantó la mano
y tremendo bofetón
me estampó.

Y mi prima que estaba enojadiza
estallo en risa,
celebrándole mi golpiza.

Por eso, desde ese día
cuando oigo esa frase
me hago el desentendido
no vaya hacer, que otra vez
me den una tremenda paliza.

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Y como siempre
en estos casos,
dejo una frase
que no es antojadiza

Si vez a dos mujeres discutir,
no te entrometas,
por que el único
perdedor …¡serás tú!

Por que las dos se harán
amigas inseparables,
o que sabe dios.

Por cierto, si la historia
y la moraleja
no te hicieron gracia

Qué quieres que te diga:
¡Peor es nada!

martes, 14 de julio de 2009

Sumisa a mi lascivia...

Abre tu rosáceo abismo
dispuesto a ser segado
por mi guadaña lacerante

Engrosado,
altivo,
enseñoreado,
y
¡Aguerrido!

Cubre mis cimientos
entupidos, con la suavidad
tersa de tus sigilos.

Acaricia y emana
tu dulce sabor
de mujer extasiada.

Llena con ellos,
mis portentosos
labios sumisos.

¡Muérdelos!
¡Sángralos!
y
¡Déjalos!

Increpa tus desvaríos
sobre mi alma apuñalada,
con tus negras dagas esmaltadas.

Pierde tu azulada mirada,
en la blancura
de tu lascivia, contraída.

Lubrica y acrecienta,
el cubil diezmado
por mis espasmos.

Grita con toda tu ira
que eres la fiera,
por mi, diezmada.

Y luego:
Relájate,
debilítate,
aminórate,
entre tus doce partes
de la zona horaria.

Y vuelve a suplicarme
que satisfaga,
nuevamente,
tus florituras ansias

No sé llorar...


La vida pasa rápidamente,
la pena agobia corazones,
sentimientos que pasan raudamente.

Amores en la vida he tenido,
pero amor sincero...¡jamás!
Cuantas veces entre gimoteos,
mal simulados me han dejado.

Me miraban a la cara
esperando un halo de tristeza,
mas de mis ojos
ninguna lágrima brotaba.

Solo sonreía y le decía:
¡Se feliz!... que a mi no me cuesta nada,
tratas de concederme piedad,
pero sabía que pronto me dejabas.

¡No seas hipócrita!... ni te la des de santa,
por que ángeles solo hay en los cielos,
y no en este mundo de frió hielo.

Su tirria e impotencia
al ver que su despedida,
solo era para mi, alegría.

Le hizo decir una sarta de injurias,
que lo único qué conseguía,
era reírme de sus groserías.

¡Ja!, vete con él,
encontraste alguien igual a ti,
cortos de mente,
perezosos incongruentes.

Su ineptitud y su terrible odio,
le hizo lanzar este tonto preludio:

Te buscaré donde estés,
y por más que te ocultes te hallaré,
y siempre te diré;
que el amor que tengo es mejor que el tuyo.

Solo le contesté:
el dolor por lo conocido
te hará hacer más triste tu olvido,
pero daño a mi no me harás,
por que después de todo.

¡No sé llorar!

jueves, 9 de julio de 2009

El niño del día veinticinco...


Gotitas, gotitas,
caen un día
veinticinco.

Gotitas, gotitas,
le golpean su cabeza
aun pobre niñito.

¿Quiere chicles
con caramelitos
para sus hijitos?

¡No molestes niño,
vete y no perturbes
a mis rubios angelitos!

¿Ese niño puede
robarse mis juguetitos?
Si hijito, que se vaya
y no nos moleste.

Gotitas, gotitas,
se mezclan con las lágrimas
de un pobre niñito.

¡Cuánto dolor
tiene ese pequeño
corazoncito!

Hace frió,
pero tengo
mucho calorcito.

Gotitas, gotitas,
mojan un humilde cuerpecito.
Inerte en la acera,
yace el pobre niñito.

Gotitas, gotitas,
cayeron un día veinticinco,
y se llevaron para siempre,
aun infeliz angelito.



Al pequeño niño que conocí un día veinticinco de diciembre y murió de pulmonía semanas después.

jueves, 2 de julio de 2009

Su tristeza y mi culpa....



Recorriendo caminos sin sentidos,
encontré a una mujer que daba tristes suspiros,
cuéntame amiga... ¿el por que de tus gemidos?

¿Sabes?, que la vida para mi, no tiene sentido.
¡Ame a quien no debí amar!
¡Adoré a quien debí odiar!

Pero cuando amas, la razón solo es el corazón,
¡Aléjate de él!, me decían, y yo oídos no tenia.
No te conviene, hija mía.
Él te dejará en triste agonía.

Pobres padres míos, cuanta razón tenían,
y hoy aquel ser que todavía amo,
me ha dejado sin oír mi reclamo.

Todo pasa, pero el dolor lo tengo marcado,
¡Quisiera dejar de morir cada día!
¡Quiero dejar de amar mi pasado!

Y solo encuentro una razón para cortar,
este terrible dolor incrustado.
¡Es acabar de ver como pasa todo!
¡Es acabar de oír mi doloroso pasado!

Supe a que se refería, y le decía:
No lo hagas amiga mía,
que el futuro te dará con que olvidarlo.

Me miro y sonrisas de sarcasmos;
surgió en sus labios.
No volveré a hundirme en mi abismo,
lo ocultare por siempre en mi negro destino.

Le di sonrisas de agradecimientos,
y la deje sola con sus pensamientos,
sin embargo, la duda me quedo flotando,
y regrese donde la había encontrado.

Pero no podía hallarla;
y al mirar hacia abajo del acantilado,
una mancha su cuerpo había dejado.

Pobre mujer, dejaste tu triste pasado,
pero marcaste en el mió una culpa,
una culpa, que aún hoy no ha borrado.

Sexo, deseo y Amor...


Estábamos en su habitación, tenuemente iluminada. Ella se iba despojando de su vestido azul, muy lentamente, mientras en su rostro de mujer se dibujaba una coqueta sonrisa. Tan solo contemplaba cómo su piel reluciente y efímera se iba dibujando en todas sus formas en mis pupilas.
Sus senos, altivos y turgentes, se movían emitiendo tintineos concupiscentes, y su cintura de nereida, era de tal perfección que hasta afrodita hubiese muerto de envidia al verla.
Un monte de Venus perfecto y pecaminoso. Unas piernas extensas y suntuosas, unos pies excelsos, delicados y deliciosamente bien formados.
Una agonía indescriptible era contemplarla y no tocarla.
-Ven –me dijo.
Extendió sus brazos, entreabrió sus carnosos labios, y mi insania lujuriosa empezó a estirar más sus codicias. Me acerqué, despacio, sin perder ningún ángulo maravilloso de ese cuerpo tan desquiciante.
Me besó fuertemente, e hizo sangrar mis labios, y sus senos se tocaron duramente con mi pecho. Sentía su aliento dentro de mí, sus manos recorrían con fuego mi agonizante ser. Soltó lentamente mi boca y me fue cubriendo con su lengua hasta llegar al centro de mi alterada locura.
Hizo que todo mi cuerpo se endureciera como piedra, emitió un sonido de lasciva absorción, apartando sus palabras de mis bajos instintos, uniéndose a mí en un salto violento, abrazándome tenazmente el cuello.
Mi infinita demencia se adentró en lo más profundo de sus perdidos sentidos, y empezó el movimiento repetitivo, punzante y desgarrador que la hacía mía con cada embate que le daba. Jadeaba ella con cada roce de mi piel con la suya, y sus uñas se clavaban impetuosamente en mi espalda.
Le mordía sus labios, su cuello; apretaba sus sublimes senos con mi boca, mis manos sujetaban fuertemente sus dislocadas y carnosas corduras, sus piernas se movían rápidamente rozando mis brazos, y tal eran mis ímpetus que llegó a decir:
-¡Basta!… ¡basta!… ¡por favor!… ¡me haces daño!
¡No la escuchaba!, seguía con mis infernales movimientos, haciendo todas sus entrañas cubículo de un desproporcionado frenesí por lo que era sólo mío. La llevé así, sin parar, hasta el borde de su cama, y la recosté en ella.
Comenzó a mover suavemente su portentoso cuerpo de un lado a otro, arriba y abajo, de izquierda a derecha, y sus manos recorrían su sudorosa anatomía. Abrí sus piernas saboreando con mi lengua el centro de su infinita vía láctea, llena de una libido desbordante y jugosa.
Acarició con ternura, mis ondulados cabellos, semi-dorados, para después jalarlos y restregarlos con ira, mientras sus labios se movían discordantes, emitiendo oraciones espurias al dios Eros.
Se levantó de golpe volviendo a lanzarse sobre mí, pero esta vez yo estaba tendido, y ella sobre mí. La violencia de los movimientos ya no formaban parte de mí, sino de ella
Estiró su cabeza hacia atrás; su cuerpo se ondulaba y sus senos se movían impacientes al compás de los sonidos que emitíamos.
Sus cabellos extensos y ondulados cubrían su delicada espalda. La tenía asida de su cintura y, de improviso, levanté mi dorso y empecé a recorrer, con mi lengua, su lustrosa y acaramelada piel, mordí sus sonrosadas aureolas y saboreé con deleite toda su lujuria.
De pronto, me aventó con fuerza, estirándome por completo en su cama, y me dijo mirándome a los ojos:
-¡Soy tu sexo, tu deseo!… ¡Tu amor!
Sus ojos empezaron a brillar extrañamente mientras sus preciosas pupilas olímpicas se aclararon aún más. Abrió su boca, y sus dientes frontales empezaron a crecer puntiagudamente, y de un rápido movimiento, me clavó una mordida en el cuello.
Sentí un golpe punzante; sin embargo, dolor no había, más bien, infinito e indescriptible placer. Un placer que se desbordó caudalosamente dentro de ella, a la vez que palpaba su incongruencia rebalsarse translúcidamente sobre mí, apretando como un palpitar nuestra unión.
Retiró su boca, he hilos de mi sangre recorrían sus pulposos labios. Empezó a reír brutalmente iluminando a la diosa selen con su mirada, mientras repetía a cada instante:
-¡Soy tu sexo, tu deseo!… ¡Tu amor!
Levanté raudamente mi dorso y le asesté una mordida profunda y rabiosa en su jactancioso cuello. Dio solo un grito, tan solo un grito, para después soltar un suspiro de satisfacción.
Estaba completamente encima de ella succionando toda su vida, y cuando sus sublimes ojos emitían su último resplandor, le dije:
-Non confondo il sesso con l’amore… ¡Mi fiore!

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Quedo tendida sobre aquel apasionante encuentro sin moverse, y bese sus delicadas manos esperando quizás un perdón que nunca puedo encontrar. Me levante desnudo acercándome a la ventana para ver embelesado la gigantesca luna, que alguien, alguna vez predijo, que sería la paz eterna a esta cruel inmortalidad.

miércoles, 1 de julio de 2009

Nuestro Amor....

Sus ojos coloridos,
Sus ojos vagos y llanos,
No se que me atrajo,
de esa mujer de trapo.

Pelo dorado y claro,
Pelo tullido y opaco.
Sus labios eran delgados,
Sus labios eran tristes y amargos.

Piel clara y descolorida,
palabra turbia y callada.
Su cuerpo era delgado,
su cuerpo era trastabillado.

¿Qué es lo que me vio?
¿Qué es lo que la deslumbro?
¿Por qué le dije amor mió?
¿Por qué esa luz me asombró?

Me dijo entre burlas:
¡Te quiero!
Le respondí entre risas:
¡Te idolatro!

No me dejaste
ningún recuerdo.
No me apartaste
de tu lado.

¿Que será de tu vida?
mujer no amada.
¿Que será de la mía?
silenciosa y amargada.

Como quisiera recordar
el sabor vació de sus labios.
Como quisiera olvidar,
sus insultos aperlados.

Cada vez que me besaba...
mencionaba un nombre olvidado.
Cada vez que la acariciaba...
era recordar mi humillante pasado.

La luna en cenit nos miraba,
y la pobre, solo lloraba.
Sonrisas melindrosas,
eras mi marchita rosa.

¿Cuál era su nombre?
¡Eso nunca me lo contó!
¿Cuál era el mió?
¡Eso siempre lo olvido!




lloré por ti...


Cuan espuria y vana
es este suspiro lleno
de terrible desgana.

Sentidos sulfurados…
Prado maldito…
¡Sesgo que se desangra!

Rodaja ínfima…
Oro desgranado…
¡Entupidas ideas desoladas!

Cuan vacío es el día…
Noche que martiriza…
¡El sentimiento que acobarda!

Pequeños ríos de cóncavas heladas,

tumulto de vibraciones
que retuercen el alma.

Sonrisa mordaz
que aplaca la tristeza,
¡Oculta y desahogada!

¡Maldito día en que te vi!
¡Maldita noche en que sentí!

Que era un ser tan débil
qué llegué a llorar, solo por ti.