Era un día muy especial sus ojos brillaban como caramelo cafés que resplandecían con el brillo de los cielos, su pelo castaño, su cuerpo esbelto, extenso casi perfecto.
Su rostro dibujaba la devoción y el cariño hacia alguien que amaba con todo su ser, un bello presente había comprado para ese día tan especial.
Lo saco de su estuche y lo miró para volver a apreciar tan exquisito regalo.
- Se alegrará de verlo, es lo que necesita, tal vez me lo rechace pero yo lo convenceré para que lo use, sé que es muy orgulloso mas si se lo pido con ternura lo recibirá… estoy segura.
Se acicala, se mira en el espejo y sonríe, sabe que esté será un día inolvidable; el mejor maquillaje, el mejor perfume, el mejor vestido, todo para que sea perfecto.
Toma las llaves de su auto y sale prontamente al encuentro de su amado, observa su reloj y se da cuenta que se le ha hecho tarde.
- jajaja estará molesto por el retraso pero, con un beso bastará para calmarlo – se dice así misma.
Estaciona el auto y camina rápido al lugar donde siempre por más de un año se han encontrado; la banca, los cielos naranjas, la brisa tenue que embarga, los árboles, las flores, las risas de los niños y, el abrazo y los besos de los enamorados que cubren aquel parque tan querido por todos.
Lo ve a lo lejos y se da con la sorpresa que no está solo, junto a él una hermosa mujer de pelo negro y tez tan clara como la luna de mayo. Por un momento no sabe que pensar se queda estática.
Se abrazan con cariño y le parece ver que se dan un beso; miles de cosas pasaron por su mente, no sabia qué hacer.
Las lágrimas le caen de su bello y terso rostro, solloza por un instante pero se da valor así misma, quita las marcas de tristeza y decepción de su cara y avanza dispuesta a encararlo.
- ¡Como pudiste hacerme esto a mi, eres un maldito desgraciado!... ¡Te odio!... ¡Te odio con todo el alma!
El no dice nada, sólo la mira extrañado por aquella reacción. El silencio de él la ofusca más, su impotencia y la rabia le hacia cenizas el alma, la ira le obligo a decir lo que realmente su mente enamorada no sentía, porque aún lo amaba:
-Me Oyes… ¿estas escuchando lo que te digo?… quiero alejarme de ti… no saber más nada, estoy harta de tu mirada triste, de tus palabras dulzonas, de tus manos delgadas… ¡no quiero volverte a ver nunca más!... ¡no te quiero ver!... ¡lárgate!... ¡lárgate!... ¡me aburres!
Él, al ver su terrible odio en sus ojos, sólo gira y la deja ahí, sin decirle nada. En aquel hermoso rostro que fue de ternura, ahora estaba lleno de venganza, de rencor y odio, corre y sube a su auto y sin pensarlo un momento su furia manejaba.
Pudo apreciar claramente la sombra de su gran amor que se alejaba, acelera violentamente y con un solo golpe, seco y violento con la vida de él terminaba.
Escapa a toda velocidad de aquel lugar, enciende la radio de su auto y entre lágrimas entona la canción que él siempre le cantaba:
Me gusta el sol
y la mujer cuando llora,
las golondrinas
y también las señoras;
saltar balcones y abrir las ventanas
y las muchachas en Abril.
y la mujer cuando llora,
las golondrinas
y también las señoras;
saltar balcones y abrir las ventanas
y las muchachas en Abril.
No soy de aquí / ni soy de allá / no tengo edad / ni porvenir / ni ser feliz / es mi color de identidad.
A lo lejos donde había ocurrido el fatal desenlace, se oye los gritos y lágrimas de una muchacha que tiene en su regazo el cuerpo sin vida de Gabriel.
- ¡No puede ser!... ¡no puede ser!... ¡hermano!... ¡hermanito! … ¿qué te hicieron?
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