lunes, 20 de diciembre de 2010

Jennifer... (fragmento II)

Me gustaba encontrarla por el camino que iba directo a la Universidad, ella siempre adelante y yo detrás (no era mi intención, ni la de ella; eso creo). Siempre andaba sola en las idas y venidas, aunque hay veces que si iba en grupo con sus compañeras de estudios… ¿de qué hablarían?, no lo sé… la miraba de reojo cuando regresaba a mi casa porque yo salía antes que ella (en las tardes o en las mañana), era muy fácil de ubicarla porque resaltaba sobre las demás sea por su aspecto o indumentaria.
Jennifer, la chica que despertó en mí un querer algo extraño, raro, fuera de éste mundo; sólo la miraba desde lejos pero, una vez llegué a toparme cara a cara con ella. Yo recién salía de mis clases y ella regresaba a su casa, los dos solos en ese camino árido y gris de cielos azules, anaranjados, morados y trazos extraños blancos, un techo hibrido algo inaudito para ser invierno.
Miré hacia otro lado, a la casa que estaba acompañada por un anciano en silla de ruedas en su ventana, mas uno siempre siente si lo están mirando y redireccione mis ojos al lugar que hacia que mis pensamientos se incomodaran, eran sus ojos azules, tan bonitos y candidos quienes me observaban, le regalé una sonrisa y ella agacho la mirada.
-          Los cielos no pueden se tan bellos como tú – le dije.
Sus mejillas se pusieron rosas, como si en ese espacio de luna nueva en sus polos equidistantes hubiesen sembrado las flores más bellas del planeta.
-          Gracias – Me dijo, pero no fuerte sino suave, muy fino casi imperceptible.
Quise decirle algo más, sin embargo, un auto paro y una voz de varón salio dentro de él.
-          Hija, sube, vamos a comprar algo con tu madre.
Ella se quedo ahí por un momento sin decir nada, pero avanzo y subió, mirándome de reojo y me regalo algo que nunca vi hacerle… sonreír; sus dientes tan perfectos su rostro tan delicado, sus labios sonrosados, su mirada berlinesa, su alegría que toco mis mejillas, sintiéndolas tan tibias.
Por azar del destino o las obligaciones ya no lo volví a ver, ni en aquel camino, ni en la ciudad de estudios superiores, hasta que un día jueves que iba a clases, vi como dos tipos la molestaban, le habían quitado la guitarra, esa guitarra oscura con stickers que ella adoraba.
-          SI nos das un beso, morticia, te la devolvemos – vociferaban entre estupidas carcajadas.
Ella estaba quieta, no les decía nada, mas en una de esas se abalanzo sobre el que tenia la guitarra y se la quito, la abrazo muy fuerte y los dos tipos la abrazaron a ella y comenzaron a recorrer sus asquerosas manos sobre su cuerpo, querían besarla y hacer algo más, hasta que llegué y los empecé a golpear sin control alguno, logre tumbar a uno, pero el otro me lanzo un golpe en el mentón que me hizo trastabillar, trate de reponerme y agarrarlo a golpes a él también mas el otro ya se había repuesto y me sujeto de los brazos, apareció un tercero y se les unió en lo que sería una gran golpiza hacia mi persona y es ahí donde ella empezó a gritar a pedir ayuda.
Salieron los alumnos de la ciudad y nos separaron, tenía la boca y la nariz ensangrentara la camisa hecha gironés, todo el cuerpo magullado; ella soltó su guitarra y se lanzo sobre mí, me golpeaba mis brazos, mi pecho y lloraba (ése lindo astro azul se hundía en un océano de inusitada angustia):
-          Por qué te metiste, por qué te metiste, no era de tu  incumbencia, eres un idiota, eres un idiota, no quiero que nadie te haga daño, que nadie te haga daño.
Me abrazo muy fuerte y le besé sus cabellos negros como dándole mi cariño y mi gracias

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